No estoy tan en forma como hace unos años. Y, encima por suerte, soy más viejo. Eso sí, tampoco me voy a quejar: tengo algo de panza, pero aguanto bien mis diez, quince y veinte kilómetros por la montaña, sigo haciendo mis series de flexiones, planchas y burpees, y le puedo mantener el ritmo al podenco. Con eso, debería valer.
Además, si veo fotos antiguas, creo que hemos ido a mejor (como sociedad, digo). Ha vuelto el corpore sano, que no parecía tan importante en las vidas de la mayoría de nuestros padres, madres, abuelos, abuelas. Generalizo, pero está claro que hay más conciencia: se bebe menos, se mueve uno más; se admite que el sedentarismo, caca.
Pero ¿nos estamos olvidando de cultivar la mente? Y no, no hablo de reciclarnos para seguir currando, que también es importante, si no de seguir aprendiendo, educándonos, descubriendo cosas. De leer filosofía, o física, o aprender cuándo se plantan los tomates y las lechugas, cómo se escribe un guion o se hace una buena foto.
Tampoco meto en el saco a ChatGPT ni a la tecnología, que da para cien columnas (y alguna traeré del tema), sino en el hincapié en una dieta sana, en los y las influencers del movimiento, del ejercicio, del vientre plano y la ropa trendy: en el negocio del cuerpo. En mantener la juventud, seguir unos cánones de belleza, aparecer en el feed del TikTok y el Instagram, ultrasupermegaguapos.
Mi pareja, por ejemplo, está muy metida en las corrientes body positive, que promueven la diversidad corporal y, con razón, defienden que todos los cuerpos son válidos mientras nos permitan vivir experiencias, que eso es suficiente; que condenan el body shaming, el capacitismo y el que te hagan sentir vergüenza por tener una 48 en vez de una 36; que dan visibilidad a las tallas, los cuerpos, las medidas. En definitiva, que quieren que podamos ponernos unos vaqueros y un vestido que se ajusten a nosotros, a ellos y ellas, y no a la inversa.
Todo eso se acerca a mi idea de la diversidad. Pero, ¡ojo!, el body positive no es lo contrario del body shaming. O no del todo. Lo contrario a maximizar el cuidado físico también es poner en valor la parte cultural, intelectual. Están muy bien los debates de cuidarnos, de estar sanos, de prevenir enfermedades, de entender que yo con 90 kilos probablemente soy un tipo grande y sanote, y que con 80, quizá estaría en la mierda. Pero ¿dónde queda la parte de seguir formándonos y aprendiendo toda la vida?
Parece que, tras la educación obligatoria (y obligatoria puede tener muchas caras, no solo la básica), nos queda cuidarnos, no abusar de los fritos ni del alcohol, ir al gimnasio y a pilates. Me viene a la cabeza aquel señor en El diario de Patricia (con preguntas que hoy rechinan, pero que tienen veinte años, por lo menos) que le preocupaba machacarse en el gimnasio, pero no tanto cultivar la mente.
Y oye, lo otro también es importante, porque ¿quién te va a aguantar igual toda la vida? Incluso aunque terminemos siendo eternamente jóvenes —en vez de un estudio, te he enlazado otro peliculón—, no es viable conectar por siempre a través del físico. Por eso, muchas relaciones fracasan antes de empezar casi, porque… la conexión (no es un chiste de pitos, culos y vaginas, que conste) se establece únicamente desde una perspectiva material, y temporal.
No estoy tratando de quitar valor al deseo, a la atracción, ¡claro que son necesarias y formarán parte de nuestra vida y de nuestra sexualidad casi toda la vida! Pero sí considero que hemos olvidado que el cuerpo debe ser un complemento de nuestros cerebros, y nunca a la inversa.
Como decía Poncela, en aquella película, junto a Juan Diego Botto, Cecilia Roth y Federico Luppi, y con aquella frase tan y tan manida: “Me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve, que vale la pena conocer. Conocer, poseer, dominar, admirar. Yo hago el amor con las mentes. Hay que follarse a las mentes.” Y una mente seductora, al igual que le pasa al cuerpo, debe trabajarse, toda la vida. Follemos, claro que sí, pero en cuerpo y alma, que es otra forma de decir mente.