#8. La sociedad de prestado
"Hemos sido educados y 'guiados' para movernos por un mundo que ya no existe. (...) Ser antisistema parece la única opción en un mundo que no te deja vivir al margen."
Byung-Chul Han tiene varios conceptos muy interesantes en sus libros. Te explico un par: considera que vivimos en una sociedad que no se permite parar, sentirse mal, reflexionar(se). La sociedad del cansancio lleva, pues, al agotamiento e incluso a la depresión. Él conecta esta idea con otras muchas, entre ellas, la de autoexplotación; el norcoreano vuelve a Nietzsche para decirnos que amo y esclavo viven dentro de cada uno de nosotros en la posmodernidad.
En síntesis (mucha síntesis, eso sí), podríamos decir que no te permites descansar y que la cultura te ha adoctrinado para buscar el éxito mediante un “hacer-constante”. Los fuertes no pisan a los débiles, sino que tu propia autoexigencia ha tomado las riendas, y no te va a dejar en paz. No te permites no hacer. Es jodido, muy jodido.
Slavoj Zizek, otra superestrella de la filosofía contemporánea, plantea un enfoque psicoanalítico: la interacción social nos forma; la ideología nos esculpe. Quedaría una columna muy extensa si hay que hablar de materialismo dialéctico, de Lacan y de ética, por lo que solo expongo uno de los principales problemas que ve: la desconexión entre economía y política.
Para Zizek, el capitalismo es la raíz de muchos de nuestros problemas como individuos y sociedad. No se puede moldear un planeta justo con un sistema que incentiva la competitividad, el consumismo y la mercantilización. Para él, la gran victoria capitalista es haber convencido de que este es el único sistema posible (señala también el problema de que la izquierda no se ponga de acuerdo ni haga propuestas realistas, por si te lo preguntas).
En el último año, he leído gran parte de sus obras (por suerte, la filosofía actual ha empezado a dejar de escribir tratados de 900 páginas, estilo Hegel: no te me tires al cuello, ya sé que Hegel es muy importante) y me convencen gran parte de sus ideas. Aun así, a menudo, la filosofía olvida (quizá por ser temáticas entre dos aguas) un concepto que he bautizado como la sociedad de prestado. Y es que, a partir de la generación Y, los millennials, nada es tuyo, no hay seguridad, toca inventar nuevas formas de vivir sin tiempo ni herramientas para hacerlo.

Intento explicarme mejor.
Los nacidos entre los años ochenta y los noventa, hemos sido educados y “guiados” para movernos por un mundo que ya no existe. El mundo del “estudia, para labrarte un futuro”; “esfuérzate y serás recompensando”, “esta es tu guía de vida o tu propósito” (no al estilo de Viktor Frankl, el de autodescubrimiento, sino aquel que viene con los mandatos paternos y sociales).
El desenlace ha sido una gran hostia generacional.
Quiero matizar que soy consciente de que, las generaciones posteriores, también lo van a pasar como el culo, pero la diferencia es que no han sido bombardeadas desde niños con estos mensajes con la misma intensidad: ni en casa, ni en sociedad.
La gen Y (y Z, y siguientes) no pueden funcionar con los paradigmas anteriores: no hay trabajo bien pagado, el ascensor social se ha estropeado (o reventado), y el sistema capitalista impide la capacidad de ahorro de la clase media (la que queda) y baja.
En el imaginario colectivo, siguen quedando ideas: si alguien puede prosperar (difícil) con el paradigma anterior, los boomers asienten, con aprobación, y se regodean. No lo ven como la excepción que confirma la regla, sino como la regla en sí. No es que la gente no quiera ser explotada en la hostelería, en las grandes consultoras o en el campo, es que son vagos y ninis.
En el mejor de los casos, la gente que estamos entre los treinta y los cuarenta lo hemos tenido algo mejor que aquellos nacidos ya en los noventa. Tuvimos más tiempo para aprovechar el final de un contexto, y tenemos más remordimientos si no lo hicimos. No obstante, todos llevamos en la cabeza la idea de “lo prestado”. Basta con mirar alrededor para ver la cantidad de personas que han tenido que emigrar (a distintas latitudes, no importa cuáles aquí), que no pueden costearse un alquiler, la compra de un coche, un cambio profesional o ser padres.
Cuando hablo de la sociedad de prestado hago referencia a este fenómeno. En España, la mayoría de las nuevas familias dependen de los abuelos, de la familia, de forma directa (conviviendo), o relativamente indirecta (con apoyo monetario). Hemos pasado de normalizar los préstamos bancarios como forma de vida (algo que hace sesenta o setenta años hubiese sido impensable, recuerdo) a debatirnos entre independizarnos con ayuda o no hacerlo, tener hijos con ayuda (económica) o no tenerlos, y así.
Esto es lógico, es pura adaptación, pero también es un recordatorio constante de que las ideas preconcebidas que engullimos (desde niños) no funcionan, que nada es tuyo de verdad, que no eres capaz de dotarte de seguridad en tu propio contexto social.
Por descontado, esto no ocurre de igual forma en España que en Dinamarca, EEUU o Nigeria, pero la dinámica sí es la misma. No hace mucho, vi un documental (Trabajar, eso que hacemos todo el día, 2023) donde Barack Obama presentaba a los espectadores los problemas laborales de EEUU. Era triste, y hasta graciosa, la cerrazón por no querer ver el problema sistémico; se evaluaban los problemas de la clase baja, media y alta como si no dependiesen de un denominador común, que los fuertes (ricos) marcaban la hoja de ruta de los débiles (pobres).
El filósofo Daniel Inclán tiene una conferencia maravillosa donde te explica su concepto de guerra contra la historia, en el que defiende que el capitalismo roba la identidad de los pueblos y la posibilidad de crear y mantener herencia; en este caso, considero que ocurre igual con el fenómeno de “lo prestado” (pues el problema de fondo sigue siendo el capitalismo), pero tengas que autoexplotarte en tres trabajos como norteamericano, vivir con tus padres toda la vida por la gentrificación en Barcelona o Madrid o jugarte la vida por salir de África, estos son distintos niveles de agresión del propio sistema hacia las personas, que no pueden construir una vida digna por sus propios medios. Y estás más jodido en África, por supuesto, pero eso no significa que no te afecte o que debas minusvalorar cómo te afecta no poder construir tu propia vida, en tus propios términos (o en los que te dijeron que funcionarían).
Y si el sistema no es justo, quizá toca empezar a pensar cómo cambiarlo: porque ser antisistema parece la única opción en un mundo que no te deja vivir al margen.