#3. Schwarzenegger, hijop***
Cuanto más alto, más larga será... ¿la rabieta? La masculinidad tóxica se echa las manos a la cabeza porque Terminator ha decidido admitir que se equivocó, y pedir perdón.
Schwarzenegger está que lo peta en Netflix. Este veranito protagoniza una serie de espías y un documental (Arnold) que repasa su vida, desde los días de la Muscle Beach, donde preparaba el body para las pruebas de culturismo hasta la política californiana.
A raíz de todo este meollo, ha vuelto a escena cómo, en su momento, Los Angeles Times quiso comprobar ciertos rumores y, días antes de las elecciones, publicó que Terminator había manoseado y humillado públicamente a seis mujeres.
Él lo desmintió entonces; se puso a la defensiva. Estas últimas semanas, en cambio, confirmaba todo lo que se había dicho, con las siguientes palabras (en inglés, claro):
"Hoy, puedo mirar al pasado y decir que realmente no importa cuándo fue ni en qué época se produjeron. Si eran los días de Muscle Beach de hace 40 años, o de hoy, esto estaba mal. Fue una mierda. Olvida todas las excusas, estuvo mal."
La cuestión, en realidad, más allá del Chuache, eran los comentarios de esta y otras noticias similares. Algunos, sintéticos (“Terminator, maric**); otros no tanto (¿de qué tiene que pedir perdón? ¡a quién no le gustaría que le manosease el Arnie!) y, por descontado, algunos más normales: dando apoyo a una persona que afirma que se equivocó, que le gustaría reparar lo que ha hecho, que no hay acoso pequeño.
Aquí, sin embargo, hay más tela que cortar de lo que puede parecer. Si perdemos a los tipos duros, a los John Wayne disparando a los indios, a los Clint Eastwood de mirada penetrante, a los Bruce Willis destrozando decorados y rompiendo cuellos para salvar a su mujer Holly. A Terminator. A Conan, el Bárbaro. ¿Qué le queda a todos esos hombres que se esconden de sus propios sentimientos?
Si le quitas el pecho palomo, la misoginia y el carajillo de Magno, a la masculinidad tóxica todavía le salían otras cuantas capas, como el tipo duro, forjado a sí mismo, individualista: el que (se cree que) no necesita a nadie. Y el cine fue siempre el espejo en el que mirarse. Se lo dijo Homer a Mel Gibson: "¿Cuándo perdimos el camino, Mel? ¿Cuándo dejamos de identificarnos con el hombre del lanzallamas o la escopeta antiácido?”
Con este panorama, no es raro que mucha gente actúe de forma similar al incomprendido Ignatius Farray, que solía citar a gente famosa con la que no estaba de acuerdo y les escribía: “FULANO, HIJO DE P***”, y la gente retuiteaba, claro.
Cuando Schwarzenegger dice me equivoqué, está dando un buen bofetón a todos aquellos que lo habían alzado como a uno de los dioses de la masculinidad, y, ahora, encima van a tener que buscar nuevos referentes. Doble trabajo. Vamos, como si todas esas TERFs locas con Amelia Valcárcel escuchasen ahora unas declaraciones de la escritora diciendo: “Era coña, ¿eh? Yo no soy ninguna tránsfoba que ni vive ni deja vivir: eso os lo dejo a vosotras.”
En fin, que los sistemas heteropatriarcales tienen esto, supongo, que te ensalzan a un hombre de paja (no lleva doble sentido) con la misma facilidad con que te lo mandan a tomar por saco, pero cuanto más alto (o sea, cuanto más tiempo aquí, cuantas más películas) más larga será la rabieta. De ahí, que haciéndolo bien, Arnold casi ha cabreado a más gente de la que ha calmado. O lo parece, que los gritos y los lloriqueos siempre se escuchan más que un buen meneo de cabeza, para asentir.